Ahora vuelvo de un bar con Mut, Fingerman,
Eva Carnavalera, Carmen, sus
amigas/primas/loquesean, Punset, Zape, Maria y un amigo suyo... Me he descojonado como hacía tiempo despues de algunas confesiones opusianas domingueras...
Pero antes de q el grupo aumentase con Punset & Co, hemos entrado al bar de Jazz de los miercoles pero, x supuesto, estaba a petar! Como me estaba agobiando mucho xq no avanzaba ni alante ni atras ( izquierda, derecha, un dos tres!) he optado x agarrarme a un negrazo rastudo triunfante de la muerteeeeeeee que me ha ayudado a salir de ahí...
Al llegar a casa, me he encontrado este email q me envia una profe de mi UAB y ya q estoy estudiando Antropología Social y Cultural y como en la mensa de mi universidad a menudo e intento dedicarme a romper esteretipos, tanto profesional como personalmente....adjunto texto de Rosa Montero...
besitosssssssssss
krmakrmaEl negro
ROSA MONTERO
EL PAÍS Publicado el 17-05-2005
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna
rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el
mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte
que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al
regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente
subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su
bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero
enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está
acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del
europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse
la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de
nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y
sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca
sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja
intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita
generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada,
ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta. Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los
prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre
alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él
sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba:
"Pero qué chiflados están los europeos".